Hace casi 200 años, científicos y observadores alrededor del mundo se encontraron con una situación inusual: durante varios meses, el Sol no mostró su característico color amarillo blanquecino, sino una combinación de tonos púrpura, verde y una coloración azulada.
Aunque en ese momento no se pudo explicar la razón detrás de este cambio, ahora, gracias al avance tecnológico, los expertos han logrado identificar la causa exacta de este fenómeno.
Durante el verano de 1831 se reportaron temperaturas anormalmente frías, además de condiciones climáticas severas en diversas regiones del mundo, lo que afectó gravemente las cosechas y derivó en episodios de hambruna y crisis económicas, principalmente en el hemisferio norte.
En su momento, los científicos sospechaban que una erupción volcánica podía estar detrás del fenómeno, aunque no se contaban con los registros suficientes para confirmarlo.
Sin embargo, con el uso de tecnología moderna, se analizaron microfragmentos de ceniza encontrados en muestras de hielo polar, y se descubrió una coincidencia directa entre estas partículas y la erupción del volcán Zavaritskii, ubicado en las Islas Kuriles, territorio ruso.
Un estudio presentado por el doctor William Hutchison reveló que los niveles de potasio presentes en las muestras correspondían exactamente con la ceniza emitida por ese volcán, lo que permitió confirmar el origen del evento.

El Zavaritskii emitió una enorme cantidad de dióxido de azufre en la atmósfera, lo que provocó la formación de una capa de aerosoles que alteró la forma en que se reflejaba la luz solar. Esto hizo que el Sol pareciera tener un color diferente y, además, contribuyó a una baja en las temperaturas globales. Un fenómeno similar ocurrió con la erupción del monte Tambora en 1815, que provocó el conocido “año sin verano”.
Un evento con implicaciones actuales
Aunque ahora se conoce con precisión la causa del fenómeno de 1831, los científicos advierten que este tipo de erupciones a gran escala representan un riesgo significativo para el clima global. Según Hutchison, es fundamental contar con planes de contingencia frente a estos eventos, ya que pueden impactar no solo en la economía y la agricultura, sino también en la vida cotidiana en todo el mundo.
La evidencia de este tipo de sucesos permite entender mejor algunos de los grandes “misterios” científicos del pasado, al mismo tiempo que subraya la importancia de fortalecer la vigilancia volcánica y ampliar los estudios sobre el cambio climático para anticipar los posibles escenarios del futuro.
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