Hace más de 200 años, un expirata y antiguo miembro de la tripulación de Barbanegra, llamado William Howard, compró una remota isla ubicada en Carolina del Norte. Se trata de Ocracoke, un lugar que durante siglos fungió como refugio de piratas, marineros ingleses e indígenas Woccon. En esa isla de apenas 24.9 kilómetros cuadrados, casi aislada del resto de Estados Unidos, se estableció una sociedad con sus propias costumbres, tradiciones y hasta su propio dialecto.
El dialecto en cuestión es el Hoi Toider y es tan peculiar que el resto de angloparlantes en el país no puede entenderlo. Es más, ni siquiera se considera inglés estadounidense. Se trata de una mezcla entre el inglés isabelino, acentos irlandeses y escoceses del siglo XVIII, y el argot de los piratas que invadieron la isla hace siglos. Esta reliquia lingüística ha logrado sobrevivir hasta nuestros días gracias al aislamiento geográfico de la isla y a su historia singular.
Una reliquia viva de el siglo XVIII
La historia del Hoi Toider se remonta a 1759, cuando William Howard compró Ocracoke tras dejar la vida pirata y recibir un indulto real. Desde entonces se ha establecido una sociedad con sus propias costumbres que ha vivido aislada casi por completo del mundo exterior. Tanto fue así que la isla no tuvo electricidad sino hasta 1938 y el servicio regular de ferry llegó apenas en 1957.
Esto ha permitido la supervivencia del Hoi Toider, que se mantuvo casi intacta mientras que en el resto de Estados Unidos el inglés cambiaba y evolucionaba. Entre las peculiaridades fonéticas de este dialecto está que la i se pronuncia como "oi". Esto convierte "high tide" en "hoi toide", de ahí el nombre. Además posee un vocabulario heredado de los primeros pobladores de la isla, como “quamish” (mareado), “mommuck” (molestar) y “pizer” (porche).
Hay también términos que surgieron dentro de Ocracoke, como “meehonkey”, que es nombre de un juego infantil, o “dingbatter”, que es como la sociedad denomina a los forasteros. Pero no todo se trata del idioma. La comunidad aún conserva un modo de vida autosuficiente. Como no hay centros comerciales, muchas personas se dedican a la pesca, a atender pequeños negocios locales o a trabajar en mercados artesanales. En lugar de cine, disfrutan del teatro al aire libre.
Una lengua en peligro
Pero esa burbuja comenzó a romperse con la llegada de la televisión, internet y, sobre todo, del turismo, cuya presencia ha tenido un alto costo cultural. Según el lingüista Walt Wolfram, menos de la mitad de los actuales 676 habitantes de la isla hablan con el acento tradicional, y dentro de una o dos generaciones podría desaparecer por completo.
El reto es mantener el dialecto vivo cuando los medios, la globalización y la necesidad de comunicarse con el exterior empujan hacia la homogeneización lingüística. Pese al cambio inevitable, los habitantes de Ocracoke se resisten a perder su esencia. Algunos defienden la llegada de nuevos vecinos como una evolución natural, mientras otros temen que la identidad de la isla se diluya.
Lo cierto es que, más allá de las palabras, el espíritu comunitario sigue siendo fuerte y las tradiciones se mantienen firmes. Una de estas es el fig cake, creado en 1964 cuando una habitante sustituyó los dátiles de un pastel por higos en conserva. Hoy, el pastel es parte de la identidad local, y cada agosto se celebra el Festival del Higo, con concursos de repostería, bailes y juegos tradicionales.
Imagen de portada izq. | Ocracoke, NC.
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